
Licenciatura en matemáticas y caridad: primera conversión religiosa
Si a lo largo de su vida vemos que la experiencia religiosa aprendida entre los jesuitas, la investigación científica y la publicación de papers y libros de matemática (como así del amplio epistolario entre científicos de muchas disciplinas), la conceptualización del cristiano como actor decidido en las preocupaciones sociales y la profundización de la doctrina fue una constante de profundo arraigo en Francesco, se puede afirmar absolutamente que fueron las experiencias de estudios franceses (1849-1851 y 1854-1856) las que marcaron definitivamente su estilo de vida y su forma de pensar.
Por un lado, cuando parte hacia el perfeccionamiento en las ciencias matemáticas, Francesco era un militar aristocrático condecorado por su valentía, de cuna noble y cercano a la familia real. Luego del soggiono parigino, como lo denomina la tradición biográfica, su vida estará guiada por tres conceptos claves: Dios, los pobres y la ciencia, fundados en el servicio. La vivencia en París de una religiosidad que, sin negar la trascendencia, piense la vida humana desde la dignidad y justicia social antes que la propia Doctrina Social de la Iglesia, pero contemporánea a la obra de Marx, de anarquistas, etc., llevó a Francesco a poner todo lo que tenía en dinero y conocimiento para la emancipación de la mujer, y a la postre el ser conocido como un “santo social”.
Recorrerá La Sorbona, la parroquia de San Sulpicio, frecuentará la Sociedad de San Vicente de Paul, se reunirá con los jesuitas. Y todas las experiencias personales y comunitarias que aprenda, lo volcará de lleno en obras sociales sistemáticas a su vuelta en Turín.
Francesco, luego de recibir la dispensa por el ministro de Guerra y Marina, parte a París el 26 de octubre de 1849, para conseguir la licenciatura en matemáticas. Recolecta libros y revistas especializadas, encuentra alojamiento en un pequeño apartamento de la calle Petit Bourbon 18, y contrata como profesores privados a Ganot y a Deshezelles para mejorar el rendimiento académico. También inventa el elipsógrafo y recolecta instrumentos científicos, traduce la obra de Von Hess al francés y la publica en la librería parisina L. Martinet, se interesa por la daguerrotipia, y logra publicar la Gran Carta del Mincio. Aprovecha el tiempo de estudio no sólo entre los muros de la Academia, sino que se nutre de toda la vida intelectual de París que, por esos momentos, estaba a la vanguardia internacional en varios campos teóricos. Una carta a su hermano Alessandro de este período es particularmente relevante para mostrar sus inquietudes científicas, ya que le comenta cómo se realizó el experimento de Foucault:
Se inscribió en La Sorbona, en la Ècole Polytechnique y, autorizado por el Ministro de Guerra, como oyente en el Collége de France. Estudió Astronomía matemática con Augustin Louis Cauchy, Mecánica con Charles Sturm, matemáticas (Teoría de las funciones elípticas) con Charles Hermite, Geometría Superior con Michel Chasles, y Álgebra Superior y Geodesia con Charles Duhamel.
Paralelo a estas actividades, y tal vez influenciado por ellas, Francesco le comenta a su hermano Alessandro que piensa “(…) en tantas penas inútiles, el tiempo desperdiciado, (…) Todo eso me oprime grandemente y no sé si terminaré por pedir mi dimisión (…) y así podré cultivar los estudios que más me vaya en genio” Asimismo, publica dos escritos importantes: por un lado, Mémoire sur les colonnes torses; y por otro, Note sur une (sic) nouveau procédé pour reconnaître immédiatement dans certains cas, l’existence de racines imaginaires dans une équation numérique.
(…) estoy apurado para hacer una memoria sobre colonne torte, pero no se lo digas a nadie, sos el primero en saberlo de la familia y el segundo de todo el mundo. No se trata nada más ni nada menos que probar la ecuación de estas columnas, que hoy encontrarás hechas así: cosa que nadie antes había estudiado. Necesito probar matemáticamente la sombra, la penumbra, etc.
No sólo es interesante su trayectoria en la formación científica. Su actividad social y religiosa comienza a tener relievo. Su cercanía y admiración a Cauchy en el ámbito matemático y en el aspecto religioso (tanto que lo consideraba un amigo), tendrá su propia marca. Aunque podría afirmarse que revolucionó la matemática, especialmente en el área del análisis matemático, Cauchy era un hombre de profundas inclinaciones sociales. Profesor de la Sorbona, exponente ilustre del Institut Catholique, y conocido por célebres teoremas (aunque también por los, igualmente célebres, problemas de autenticidad y de reconocimiento que rodearon su vida académica) y su increíble cantidad de publicaciones especializadas, conservador y antisocialista, luchó por los derechos de las clases más bajas según el sistema de patronato, buscó la forma de implementar algunos preceptos morales a los obreros.
Aunque cargado de ocupaciones, encontraba el tiempo necesario y el corazón para visitar a los pobres en sus tugurios; que así, cada domingo salía de París para asistir a una Conferencia de san Vicente, por él iniciada, situada a ocho millas de distancia.
También ayudó materialmente a los matrimonios de los pobres para que pudieran estar regularizados, promovió el descanso entre los obreros, y se preocupó por las misiones en busca de la conversión de los protestantes fundando la Sociedad para las escuelas cristianas de Oriente.
A propuesta del célebre matemático francés, Francesco conoce la espiritualidad de los jesuitas, ya que estaba íntimamente relacionado con la Compañía de Jesús. Allí, Francesco conoce al padre Armand de Ponlevoy, e iniciará una amistad que estará basada en la dirección espiritual. Ampliamente conocido como uno de los confesores más buscados, este sacerdote jesuita, llegó a tener cerca de trescientos jóvenes para dirigirlos espiritualmente, y llevó a Francesco a conocer y vivenciar los Ejercicios Ignacianos. Los Ejercicios, como también se los conocía era una verdadera pedagogía: buscaba que la reflexión espiritual estaba íntimamente ligada con la responsabilidad individual teniendo en cuenta la propia vida y la vocación a la que Dios había llamado. La glosa que inspiraba el programa espiritual y ministerial de los jesuitas era Ad maiorem Dei gloriam, y convertía al cristiano en un verdadero soldado de Cristo. Es claro que la alusión hacia Francesco no tardaría en decantar, ya futuro, entre sus reflexiones, se puede cotejar la constante de la gloria a Dios. La síntesis de vida de los jesuitas consistía en vivir en el mundo, pero desde la piedad, los sacramentos y la devoción a la virgen María, sin ser parte de él, trabajando por el reino de Dios.
De la misma forma, comienza a frecuentar las actividades sociales de la Sociedad de San Vicente de Paul, interiorizándose de la posibilidad de ser cristiano y un referente social. Para ello se aloja frente a la iglesia de San Sulpicio en la calle homónima, y tendrá contacto con la intensa vida religiosa de esa parroquia, frecuentándola con asiduidad.
“Su parroquia”, como solía llamarla Francesco a la iglesia de San Sulpicio, lo llevará a la profundización de la vida religiosa y de las cuestiones sociales, más allá de la sintonía con la que había sido educado en su casa y en los primeros años de formación. En el interior de esta parroquia, y a diferencia de muchas otras de París, se mezclaban las actividades culturales con las iniciativas pastorales, dándole un espacio importante a las asociaciones caritativas.
Pero en San Sulpicio Francesco Faà di Bruno encuentra un modo de tener experiencia no sólo del método sulpiciano de retiros espirituales, sino también de los métodos activos de la catequesis y del apostolado catequístico. (…) [La parroquia] respondía en el pueblo una intensa práctica religiosa, de vida sacramental y de empeño apostólico. Todos aquellos hechos impresionaron profundamente a nuestro Faà di Bruno, que consideró ejemplar, también para su propia vida, la religiosdidad de aquellos parroquianos. Lo mismo sucederá cerca de diez años después con san Leonardo Murialdo.
La Imitación de Cristo, la adoración al Padre y la búsqueda de su gloria, caracterizaban a la espiritualidad de los miembros de la comunidad. La liturgia tenía un lugar importante, y la Semana Santa se preparaba con intensidad bajo la línea de la música sacra y la solemnidad del rito. También se tenían en cuenta retiros espirituales y momentos de adoración y reflexión. Por esa época el párroco era un escritor de fama en temas de ascesis, llamado Andrè Jean Marie Hamon, fundador de un hospicio para ancianos (la Casa de Nazareth), de varias instituciones caritativas, de una escuela parroquial la Oeuvre de N. D. des Etudiants, y de publicación de Catecismos para la formación de los ciudadanos.
San Sulpicio se había constituido en un espacio de de acciones caritativas de las más diversas, y un lugar de actividades laicales. Francesco conocerá la Oeouvre des familles, que busca instruir a las familias en las temáticas relacionadas con lo religioso; la Societá di San Francesco Saverio, dedicada a la formación de los obreros y a la concientización del mutualismo; a los hermanos de la Congregación de San Vicente de Paul, que buscaban por medio del juego y de una taza de colación, el acercamiento de los jóvenes a la misa.
La Conferencia de San Vicente, otra de las fundaciones laicales y de la que formó parte Francesco, construyó hornos económicos para pobres en 1848 y un año después llegaba a distribuir 120.000 cupos de comida. Sus miembros que dieron vida a esta conferencia eran estudiantes de la Sorbona que, formados en la Conferencia de Historia y oyendo las críticas directas hacia el cristianismo como una religión muerta y anclada en el pasado como un anticuario, decidieron organizarse bajo una conferencia que tuviera como soporte la fe tradicional de la Iglesia Católica, cuyo objetivo principal fuese la caridad. Nace con ocho miembros en mayo de 1833, con un reglamento estructurado y una jerarquía organizada, buscando la forma más conveniente de introducir el mayor bienestar posible a las clases pobres. Para ello, comenzaron visitando a los más humildes, luego venía el momento de preparación e instrucción, y para terminar se los ayudaba económicamente. Crecieron vertiginosamente, a tal punto, que en octubre del mismo año de la creación se “invadió” la ciudad de París con conferencia en diferentes lugares como fábricas, colegios, etc., considerándola como una de las asociaciones de laicos más importantes del momento.
También comenzaron a publicar documentos específicos, aunque estaban alejados de alguna cuestión política para no generar divisiones, y a propagar las iniciativas.
De clara tendencia paternalista, con preeminencia al mejoramiento moral y religioso, ideales de pacificación y colaboración entre ricos y pobres fueron los ideales que tuvieron más fortuna en el interior de la [conferencia de] San Vicente después de la Revolución popular de 1848.
Francesco conoce a esta sociedad en un período de transición, cuando era dirigida por conservadores que tenían ideas reaccionarias y burguesas, a tal punto de considerar a la Revolución popular del ’48 como un ejemplo de una moralidad profundamente corrupta entre los trabajadores. La caridad sólo se entendía desde la confección de un mapa moralizante entre las clases menos pudientes. Obviamente, Francesco se interesó por estas ideas ya que el ambiente en el que fue educado era ampliamente aristocrático y obsecuente, pero nunca las pudo aceptar de manera irrevocable e indiscutible. Su relación con las autoridades eclesiásticas y civiles no era de legitimidad, sino sólo para pedir ayuda en favor de los más desposeídos. Aunque sus amigos se dedicaran una fracción de su tiempo a los pobres, él comprendió que quería consagrarse de lleno, alejándose de las comodidades que le brindaban los títulos nobiliarios. Igualmente, Francesco pudo aprender diferentes metodologías para la recolección de bienes materiales y de financiamiento como loterías, conciertos de beneficiencia, organización de espectáculos, etc.
La Sociedad de San Vicente fue la experiencia que ejerció el mayor peso: le hizo descubrir el problema de la pobreza, que antes había ignorado por completo: se sorprendio de la visita a los pobres en las afueras y en los miserables suburbios parisinos (…).
Fue tal la cercanía a la Conferencia y la influencia de sus miembros, como así de la lógica funcional, que decidió a llevar esa experiencia a Turín cuando regrese para hacerse cargo del mandato real.
Aunque atareado en las actividades sociales, Francesco no descuida sus estudios y el 10 de marzo de 1851 se recibe de Licenciado en Ciencia Matemática por la Universidad de la Sorbona luego de ser examinado por Cauchy, Sturm y Lefébure de Fourcy. Se queda hasta la finalización del año en París, y enterado que sus hermanos Emilio y Giuseppe se encuentran en Londres decide ir a visitarlos y conocer la Exposición Universal, la cual quedará admirado por lo que se podía encontrar allí. En una carta a su hermano Alessandro, Francesco dice que,
Ciertamente después de verla, me parece haber visto todo el mundo, y como Alejandro Magno (aunque en pequeño), puedo decir: no hay tierra para mí. […] La historia de la Exposición universal de 1851 será ciertamente la primera página de la historia de la humanidad entera.
Investiga con detalle los instrumentos científicos que se presentan en la Exposición, y aprovecha para visitar los Observatorios de Greenwich y Kew para conocer los equipos y el laboratorio. Luego, retorna a París y de ahí vuelve a Turín ya que el Ministro de La Marmora lo llama a reanudar sus servicios en el Cuerpo del Estado Mayor.
El Ministro me ha hecho saber una vuelta que para el 1º de enero deberé estar en Turín. Así retornaré en el mes de diciembre. No me desagrada; estoy cansado, bajo ciertos aspectos, de París.
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