El Papa Juan Pablo II dirigiéndose al mundo con una elocuente homilía dijo de Francisco: "Contemplando al beato Francisco Faà di Bruno, resulta espontáneo pensar en la exclamación de Moisés: - ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!- El nuevo beato fue verdaderamente un profeta en medio del pueblo de Dios, al que perteneció como laico durante una gran parte de su vida.

Dotado de una clara intuición práctica y sensible de las tensiones y problemas del momento, supo encontrar respuestas positivas a las exigencias de su tiempo resistiendo a las tentaciones de la prisa, del simplicismo cultural, de los intereses personales.

Inclinado sobre los libros, dedicado a la cátedra o intentando aliviar de las formas más diversas los sufrimientos de los pobres, el beato, tuvo como estrella polar de su ferviente actividad, un gran amor a Dios, que alimentaba constantemente con la práctica de la oración y la contemplación.

Del amor a Dios brotaba aquel amor hacia el prójimo que lo impulsó por el camino de los pobres, de los humildes, de los indefensos y que le hizo un gigante de la fe y de la caridad.

A los 100 años de su muerte, el mensaje de luz y amor suscitado por el beato Francesco Faà di Bruno, lejos de agotarse, se revela más actual que nunca, empujando a la acción a cuantos se preocupan de los valores evangélicos".

(Juan Pablo II 25 de septiembre de 1988)